23/12/2020

Mensaje de Navidad del Maestro de la Orden


Lo que existía desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos (...) y tocaron nuestras manos acerca de la Palabra de vida (...) que se nos manifestó (...) os los anunciamos (...) para que nuestro gozo sea completo. 

                                                                                                      I Juan 1, 3-4




 



Queridos hermanos y hermanas:


La Navidad, tanto en tiempos de pandemia como de prosperidad, es una celebración de la inescrutable cercanía de Dios que habita en nuestro interior y entre nosotros; es una acción de gracias a nuestro Dios generoso que se da a sí mismo como regalo.


Este año del Señor de 2020 ha sido realmente inesperado, sin precedentes, inolvidable. La mayoría de nosotros celebramos el Triduo Pascual confinados, con las puertas cerradas; nuestros corazones rebosaban de ansiedad ante un futuro incierto. Pero entonces volvimos nuestros pensamientos y los ojos de nuestra fe hacia nuestro Señor Resucitado, que atraviesa las puertas cerradas, nos saluda con su paz y nos anima a no tener miedo.


Ahora celebramos la Navidad, luchando todavía contra este virus, protegiéndonos a nosotros mismos y a nuestros seres queridos manteniendo una distancia caritativa entre nosotros. Nuestro canto del Venite adoremus queda amortiguado por las mascarillas y los protectores faciales. San Pablo nos exhorta a contemplar con "rostros descubiertos" (2 Corintios 3:18) la gloria de Dios. Sin embargo, este año adoramos la belleza del Rey recién nacido con los rostros cubiertos. Aunque puede que nuestras celebraciones sean escasas y sencillas, tenemos nuestra esperanza y nuestro consuelo en la conmemoración del nacimiento del Emmanuel, el Dios que está "más cerca de nosotros que nosotros mismos" (San Agustín, Confesiones III, 6, 11).


Los recuerdos más agradables de la Navidad son de nuestra infancia, cuando los árboles de Navidad nos sobrepasaban con su inmensidad, cuando unos pocos caramelos daban la impresión de ser una cantidad abundante de dulces en nuestras pequeñas manos. Cuando crecimos, nos dimos cuenta de que la Navidad no tenía que ver con banquetes deliciosos, sino con compartir la comida que alimenta el hambre de nuestros cuerpos y satisface el deseo de fraternidad y de amistad de nuestras almas; nos dimos cuenta de que la Navidad no consiste en intercambiar regalos materiales, sino el regalo de la presencia, del tiempo, de las conversaciones, de estar simplemente juntos, como hermanos y hermanas, con la familia y los amigos.


Sin embargo, aún persiste la pregunta: ¿Cómo puede haber alegría navideña en una época

de pandemia? En muchos hogares y comunidades, incluyendo algunos de nuestros propios conventos, hay hoy sillas y espacios vacíos que nos recuerdan a los seres queridos que hemos perdido este año. Puede que no haya fiestas de Navidad, porque el dinero escasea por la pérdida de empleos y la recesión económica. Debido a las restricciones de viaje y movimiento, los ancianos extrañarán enormemente las visitas y los abrazos de sus seres queridos. Las mascarillas protectoras ocultarán las espléndidas sonrisas de quienes cantan villancicos, como « lámparas debajo del celemín »(Mateo 5,15) que no podrán iluminar completamente estas oscuras noches de diciembre. ¿Cómo puede haber alegría navideña en una época de pandemia?


Nuestro gozo será pleno, como asegura el discípulo amado, si predicamos “lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos (…) y tocaron nuestras manos acerca de la Palabra de vida (…) que se nos manifestó” (I Juan 1:1,3-4).


Esto lo representa de manera elocuente la hermosa pintura de Sor Úrsula Magdalena Caccia de la Santa Madre de Dios que permite a Santo Domingo ver y tocar al niño Jesús, como una madre orgullosa que deja que un ser querido sostenga a su precioso recién nacido. Esta es la beatitud de Domingo, la alegría de predicar a quien ha escuchado, visto y tocado: el Verbo Encarnado.


Esta Navidad, mientras entramos en la celebración del centenario del Dies Natalis de Santo Domingo, nos preguntamos: ¿cómo hemos oído, visto y tocado la Palabra este año? En muchos lugares, el incesante sonido de las sirenas se convirtió en un eco permanente de la pandemia. Pero también significaba que los trabajadores de la salud continuaban socorriendo a los enfermos.


De un fraile que vive aquí, en Santa Sabina, he aprendido la hermosa palabra alemana para decir enfermera: Krankenschwester, que literalmente significa "hermana de los enfermos". Una persona enferma no es solo un paciente, sino un miembro de la familia, uno de los nuestros. En tiempos de desastre, siempre vemos gente que ayuda y cuida de las personas. Cuando las cosas se desmoronan, debemos buscar siempre "salvadores", personas que nos hacen sentir que todo va a estar bien, incluso en la adversidad. Ellas nos dan esperanza. ¡Ciertamente es bueno ver a una de ellas cuando nos miramos en el espejo!


En los últimos tiempos, incluso antes de la pandemia, la proximidad y el tacto han sido vistos con sospecha. Podrían ser signos de abuso. Con la amenaza de la Covid-19 se han convertido en amenazas de contagio y de riesgo. La malicia ha contaminado el tacto y ha hecho que la proximidad sea arriesgada e imprudente; la caridad táctil se ha vuelto tabú y terriblemente ofensiva. Paradójicamente, el mantenimiento de una distancia segura, como protección y prevención de la transmisión viral, se ha transformado en signo sincero de nuestra "cercanía" y en una preocupación genuina por la salud y la seguridad de los demás.


Me alegra que, en estos tiempos difíciles, hayamos oído y visto las múltiples predicaciones y obras de caridad de nuestros hermanos y hermanas, tocando los corazones de tantos.


La alegría de la Navidad es un regalo que nos espera cuando predicamos a Aquel que hemos oído, visto y tocado. No es de extrañar que, desde los primeros tiempos de nuestra Orden, hayamos rezado:


Que Dios Padre nos bendiga,

Que Dios Hijo nos sane,

Que Dios Espíritu Santo nos ilumine y nos dé

ojos para ver,

oídos para escuchar,

manos para hacer la obra de Dios,

pies para caminar,

y una boca para predicar la palabra de salvación...


Una vez escuché la historia de un maestro que preguntó a sus alumnos: ¿cómo podéis saber que la noche ha terminado y el día ha comenzado? Un alumno respondió: ¿es cuando desde la distancia puedo ver un árbol y puedo decir si ese árbol es un manzano o un naranjo? El maestro le dijo que todavía no. Otro alumno levantó la mano: ¿es cuando desde la distancia puedo ver un animal y puedo decir si es una vaca o un caballo? El maestro dijo que no exactamente. Los estudiantes pidieron entonces al unísono la respuesta. El maestro declaró: es cuando desde la distancia se puede ver a una persona y ya se puede percibir en ella el rostro de un hermano o una hermana. Cuando eso sucede, la oscuridad de la noche ha verdaderamente terminado y el resplandor del día ha empezado.


Para nosotros, los cristianos, la oscuridad termina cuando vemos en nuestros hermanos y hermanas, en todos, especialmente en los pobres, la presencia misma de Jesús. Esta es la verdadera celebración de la Navidad: proclamar nuestra fe en el Emmanuel, el Dios que está con nosotros, el Dios que está en todos y cada uno de nosotros. Esta Navidad, la pregunta que nos tenemos que hacer no es sólo "¿quién es Jesús para nosotros? "sino "¿dónde está Jesús en nuestros semejantes?" ¡Él es el Emmanuel!


Que la luz de Cristo brille a través de nosotros,

para disipar la oscuridad que nos rodea y que está en nuestro interior.

¡Santa Navidad para vosotros y para todos vuestros seres queridos!


Vuestro hermano,


Gerard Francisco Timoner III, OP

Maestro de la Orden



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