Manual del Predicador


ÍNDICE

1. Consejos de los grandes predicadores

- De la dificultad de este sagrado ministerio por fray Luis de Granada, op
- De la pureza y rectitud de intención del predicador por fray Luis de Granada, op
- De la bondad y costumbres del predicador por fray Luis de Granada, op

2. Predicar hoy

- ¿Quid sit praedicatio? por fray José Luis Gago del Val, op
- Predicar: transmitir la mirada de Dios o ayudar a mirar al mundo como Dios lo mira
                                                                                                           por fray Felicísimo Martínez, op
- Algunas verdades elementales olvidadas por los predicadores por fray Felicísimo Martínez, op
- Características de la predicación y actitudes del predicador por fray Carlos Azpíroz, op
- Características teológicas de la predicación dominicana por fray Miguel de Burgos, op

3. Oraciones del Predicador

- Oración del Predicador de San Alberto Magno, op
- Para antes de enseñar, escribir o predicar de Santo Tomás de Aquino, op
- En la hora undécima de la vida del predicador por San Alberto Magno, op


1. Consejos de los grandes Predicadores

De la dificultad del ministerio

por fray Luis de Granada, op

1. Mas como naturalmente suceda que nada hay sublime y grande en las cosas, que deje de ser arduo y dificultoso; es ciertamente tan difícil este sagrado oficio, si se ejercita útil y rectamente, cuanto tiene de digno y provechoso. Porque, siendo el principal oficio del Predicador, no solo sustentar a los buenos con el pábulo de la doctrina, sino apartar a los malos de sus pecados y vicios: y no solo estimular a los que ya corren, sino animar a correr a los perezosos y dormidos; y finalmente no solo conservar a los vivos con el ministerio de la doctrina en la vida de la gracia, sino también resucitar con el mismo ministerio a los muertos en el pecado; ¿qué cosa puede haber más ardua, que este cuidado y esta empresa? Lidian a la verdad contra esto las fuerzas, y poder de la naturaleza caída, e infecta con la podre del pecado original, propensa siempre a los vicios: milita también la costumbre depravada, por no decir, envejecida de muchos y cuya fuerza es tan grande, que, como Seneca decía, no son suficientes todas las armas de la Filosofía, para sacar del corazón una peste tan arraigada.

2 ¿Pues qué diré del mundo dado todo al demonio? ¿Qué referiré de las malas compañías, malos ejemplos y consejos, injurias, afrentas, engaños, y lisonjas de los malvados, entre quienes forzosamente se ha de vivir? ¿Con qué palabras podré yo declarar las fuerzas, las asechanzas de aquella antigua serpiente, y las tentaciones y varios ardides, que tiene para dañar? ¿Acaso no está bastantemente comprobada la verdad de lo que está escrito en el libro de Job: Aplicando su mano poderosa, esto es, la de Dios, fue sacada la Culebra enroscada? Porque, ¿qué otra mano que la de un Dios omnipotente era bastante para sacar fuera esta enroscada culebra, que con las vueltas de su cola aprieta, y ahoga las almas de los pecadores? Mientras que el fuerte armado guarda su atrio ó zaguán, si no viene otro más fuerte que él, que lo desarme y reparta sus despojos; es indecible cuan sosegadamente guarda él su puerta y retiene sus presos: pues de tal suerte cierra y obstruye todos los sentidos y resquicios, por donde pueda entrarles alguna luz, que por un cierto modo recóndito y prodigioso, viendo no vean, y oyendo no oigan, ni entiendan.

3 Ni nos embaraza poco la condición de una y otra fortuna, o adversa, o prospera: pues mientras que aquella aflige mucho, no entienden los hombres, sino lo que puede aliviar su pobreza y trabajo: como sucedió a los hijos de Israel, oprimidos en Egipto, que no quisieron oír de la boca de Moisés las palabras del Señor, por la angustia de los trabajos que los oprimían. Mas luego que el aire de la fortuna comienza a soplar favorable, y viene todo a pedir de boca, se llenan de suerte los estrechos espacios del corazón humano, que se hace sordo a casi todo lo demás. Así lo experimentó y expuso San Agustín por estas palabras: Cuando yo contemplo a los amadores de este siglo, no sé, quando la predicación puede ser oportuna para curar sus almas, porque cuando tienen como prósperas las cosas de este mundo, menosprecian con su soberbia los avisos saludables, oyéndolos como cuentos de viejas; pero cuando los aprietan las adversidades, mas presto procuran salir de donde entonces se angustian que tomar remedio para curarse.

4 En suma, para decir mucho en pocas palabras, es tan ardua y difícil empresa reducir al hombre de la esclavitud de la culpa a la libertad venturosa de la gracia, que llega a decir San Gregorio: Si atentamente consideramos las cosas invisibles, consta ciertamente , que es mayor milagro convertir a un pecador por medio de la predicación y oración, que resucitar a un muerto. Por estas razones y autoridades fácilmente podrá entender el Predicador, cuan grave negocio se le ha confiado , y cuan pesada carga se impuso sobre sus hombros: y así con cuanto anhelo debe procurar no solo aplicar un ánimo, y un estudio correspondiente a esta dificultad, sino también, y aun mucho más, con que piedad, respeto, y humildad, debe portarse con Dios: para que la Bondad y Providencia divina, que casi todas las cosas hace por medio de causas segundas, quiera servirse de él, como de instrumento apto para obra tan grande. Y de aquí comprenderá también, si no busca su gloria, sino la de su Señor, y la salud de las almas, cuanto más debe adelantar este negocio con oraciones, que con sermones: más con lágrimas, que con letras: más con lamentos, que con palabras: y más con ejemplos de virtudes, que con las reglas de los Retóricos.

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GRANADA, Fray Luis de; Los seis libros de la Rhetorica ecclesiatica o de la manera de predicar, escritos en latín por el V.P. Maestro Fr. Luis de Granada, vertidos en español […], Barcelona, Imprenta de Juan Solís y Bernardo Pla, 1778, Libro 1º, Cap. IV, pp.19-20.


De la pureza y rectitud de intención en el Predicador

por fray Luis de Granada, op

 

1. También hay en esta empresa otra dificultad, acaso no menor, y que no necesita menos de celestial ayuda y favor, es a saber, la rectitud y pureza de intención que debe tener el Predicador en el uso de su ministerio. Quiero decir, que olvidado de si, de sus comodidades y de su honor, ponga fija su mira en la gloria de Dios y salvación de las almas: atienda solamente a aquella, búsquela, piense en ella, téngala siempre delante de sus ojos, y jamás aparte de ella el pensamiento, para pensar en sí mismo. Porque es cosa indigna, que cuando se trata de la gloria del omnipotente Dios, y de la salud, o muerte eterna de las almas, despreciando el hombre cosas de tanta importancia, en que consiste la suma de las cosas, cuide de su pundonor, y sienta más, que peligre esta vana inútil aura del remorcillo popular, si por desgracia su oración es menos agradable al auditorio, que la gloria de Dios, y la salvación de las almas.

2. ¿Pero quién habrá tan enamorado de si, olvidado de Dios, que si conoce que predomina en su ánimo esta ambición, no se avergüence de una deformidad tan fea, cual es el desprecio de Dios? Armenia matrona clarísima, como refiere Francisco Senense, volviendo a su casa de un convite del Rey Cyro, alabando todos su hermosura, y preguntándola su marido que la había parecido respondió: Yo jamás, mi querido esposo, aparté de ti mis ojos, y así ignoro cuál sea la hermosura de marido ajeno. Pues si esta mujer pensaba que era gravísimo delito poner los ojos en otro que en su marido, aunque fuese un Rey, cuanto más detestable será, cuando se trata de la gloria de Dios y de la felicidad eterna de los hombres, pospuestas éstas totalmente, andar solícitos por aquella honrilla, que se desvanece más presto que la sombra? Cuando el Profeta Eliseo envió su criado con el báculo a resucitar a un niño, le mandó que, puestas faldas en cinta acudiese corriendo allá con la mayor velocidad que pudiese, sin detenerse a saludar, ni responder a los que encontrase en el camino; con lo cual dio a entender que, aquellos a quienes Dios encomienda el cuidado de resucitar las almas muertas por el pecado, con el báculo de la severidad divina y virtud de las palabras evangélicas, deben con tantas veras entregarse a la importancia de este ministerio, que olvidados de todo respeto humano, en esto solo piensen, en esto mediten los días y las noches; ni por dependencia alguna de este mundo se abstenga de esta ocupación: para que a la grandeza del ministerio corresponda el cuidado y diligencia del ministro. Porque si un Padre fuese corriendo a llamar al médico para una hija que estuviese pariendo y en peligro, por la dificultad del parto; ¿por ventura en este lance podría estarse mirando los juegos del pueblo o algunas farsas semejantes o poner su atención en estas cosas? Siendo pues de nuestra obligación, no salvar los cuerpos humanos de algún riesgo, sino las almas redimidas con la preciosa sangre de Jesucristo, sacándolas de la garganta misma de la muerte, para restituirlas a inmortal vida, ¿qué cosa puede haber más perversa y detestable que, el que constituido un hombre en tan alto empleo, vuelva aun los ojos al humo de una vanísima gloria?

3. Esta deformidad de hacer un hombre su negocio, cuando Dios le encarga el suyo, desdice tanto de toda buena razón, que apenas hay términos para poder explicarla; y esto no obstante es dificultosísimo no incurrir en ella. Porque la pureza y rectitud de intención, que se pide en el Predicador Evangélico tiene un poderosísimo enemigo entrañado en lo íntimo del hombre, que la está combatiendo, cual es el apetito de la honra y de la propia excelencia, afecto tan vehemente en muchos, que el innato amor de la vida y la propensión al carnal comercio que, como dicen los Teólogos , reina entre las demás pasiones de la naturaleza corrompida, y a este tenor los otros deseos, se rinden a la ambición de la honra y de la gloria. Porque ¿cuántos vemos cada día exponer al mayor riesgo su vida, siendo así que no hay en lo humano cosa tan amable al hombre, y aun buscar la muerte, por no padecer algún detrimento en su honra? ¿Cuántos hay que contienen puros a sus cuerpos, no tanto por temor de Dios, cuanto por miedo de su deshonra? Ni son necesarias muchas razones para explicar la fuerza y tiranía de este exorbitante afecto. Póngase el hombre a su vista los acaecimientos de todos los tiempos: considere todas las ruinas del orbe terráqueo: contemple las guerras que Alejandro Magno, Julio Cesar, y otros Reyes y Emperadores, así de Romanos como de otras naciones han emprendido: mire también los duelos que vemos cada día entre los hombres y comprenderá fácilmente que casi todas estas llamas nacieron del fuego de esta ambición. Y si fía poco de testimonios extraños, mírese a si por dentro, escudriñe sus pasiones, y a poca costa reconocerá, cuanta es la fuerza de esta calentura.

4. Esta podredumbre pues del linaje humano corrompe en extremo la pureza de la intención que, como dijimos, es necesaria para desempeñar bien este encargo: pues este afecto es tanto más vehemente, cuanto la honra y gloria es mayor, y a mas se extiende y comunica; y la fama de un gran Predicador no se ciñe a los límites de la Ciudad en que vive, sino que vuela hasta las naciones y reinos extraños. Así oímos que en Roma o en Milán hay un Predicador muy excelente, que en la facultad de orar aventaja muchísimo a los demás. Ni ésta es fama de fuerzas de cuerpo y fortaleza en que también no pocos brutos nos exceden mucho, ni tampoco es gloria de riquezas o hermosura, que es frágil y pasajera, sino de ingenio, de destreza, de elocuencia, de noble erudición, y aun de bondad que debe brillar en el sermón de un excelente Predicador. Cuya gloria cuanto es más digna y aventajada, tanto nuestro deseo, sediento de gloria, se arrebata y precipita tras él con más ardor.

5.Pero ¿qué diré del miedo de la ignominia, que de tal suerte preocupa los entendimientos de algunos al principio del sermón, que hasta los miembros del cuerpo se les descoyuntan, y tiemblan las rodillas al ir a predicar, ni hay forma de poder sacudir de si este miedo? ¿De dónde procede esta pasión tan cobarde, sino del miedo y riesgo de la afrenta, a que entonces se exponen los Oradores? ¿Y de dónde nace este tan gran temor de la ignominia sino del desordenado amor de la gloria? Un entendimiento pues embarazado y llano de estos dos afectos, ¿qué lugar dejará en el ánimo para que, dando de mano a todo lo demás, enteramente se ocupe en la gloria de Dios y salvación de las almas? Claro está pues, que no es fácil guardar esta pureza de intención en el ejercicio de este empleo, si el Predicador no procura alcanzarla de Dios como un don suyo raro y singular, con muchas lágrimas, muchas oraciones y méritos de virtudes.

6.Y no piense que, practicando esto con cuidado y diligencia, está totalmente libre del riesgo de esta mancha, porque en esta parte siempre ha de tener a sí por sospechoso. Pues como sabiamente dice San Gregorio: Engañase las más veces el entendimiento y finge en las buenas obras amar lo que no ama, y respeto de la gloria mundana, finge aborrecer lo que estima.

7. Pero muchos predicadores, y especialmente los jóvenes, se guardan tan poco de evitar este peligro, que ni aun siquiera le conocen. Porque así como en muchas regiones el torpe vicio de la embriaguez no se tiene ya por vicio ni por afrenta, por haberle quitado el horror la costumbre depravada de los hombres, así es tan familiar y natural a muchos de los Predicadores esta vanagloria que apenas reparan en ella, ni aun la tienen por pecado. Más los que agitados del temor de Dios escrudiñan con diligente y maduro examen a sí mismos, y todos los senos de su conciencia, sin dejar nada en su interior que no registren, viven muy medrosos de este riesgo. Años pasados tuve muy estrecha amistad con un Predicador, varón piadoso que, como me refirió él mismo, cuando empezó a predicar preveía poco, al modo de otros, el peligro de esta vanidad. Mas como andando el tiempo abrió más los ojos y consideró en sí mismo lo que antes dijimos, quedó tan atemorizado y confuso que pensó en abandonar del todo el empleo del predicar y se abstuvo de él por mucho tiempo. Pero luego que, precisado de la obediencia, volvió a emprenderlo, procuraba con grandísimo cuidado fortalecerse de muchas maneras, y con muchas oraciones contra este común enemigo de los Predicadores. He dicho brevemente lo que convendría decirse con más extensión para amonestar a los Ministros de la Divina palabra, velen sobre este riesgo ocultísimo, en una cosa que es la más precisa de todas, para desempeñar este oficio. Pues, como toda la razón de las cosas ordenadas a cierto fin, debe tomarse del mismo fin: claramente se infiere, que mal constituido este, queda destituido lo demás de orden, razón y también de merecimiento.

De las costumbres del Predicador

por fray Luis de Granada, op

 

1. Ahora comencemos ya a examinar las consecuencias de lo que hemos dicho. Primeramente, si tal es la dignidad y majestad de este Oficio, que tiene por su Príncipe y Autor al mismo Hijo de Dios, y el Predicador es su enviado en la tierra: ¿cuál convendrá, que sea la pureza e integridad del que es destinado para tan alto empleo? Verdaderamente ni la naturaleza de las cosas sufre, que se obscurezca la vida del Orador en el esplendor de tan alta dignidad; sino que se requiere, que anden a porfía la limpieza a integridad de la vida con la dignidad del ministerio. Por lo que, enviando el Señor al Profeta Jeremías a corregir las malas costumbres de su Pueblo, le santificó, estando aun escondido en el vientre de su Madre, y antes de salir a luz. Y así mismo purificó los labios de Isaías de toda mancha de impureza y de pecado, por medio de un Querubín, que fue volando hacia él, con el fuego celestial que este tomó del Altar de Dios, para que como idóneo ministro suyo reprehendiera los vicios de un pueblo malvado y rebelde. ¿Qué diré de los Apóstoles, a quienes en el día de Pentecostés llenó el Señor de tanta gracia del divino Espíritu, para formarlos buenos maestros de la doctrina evangélica? ¿Qué de Pablo, a quien no solo llenó del propio Espíritu, sí que le levantó hasta el tercer Cielo, para que aprendiera entre los Ángeles lo que después había de enseñar entre los hombres?

2. Pero me parece, que todavía excede a todos estos ejemplos el no haber emprendido el mismo Hijo de Dios este oficio de enseñar, antes de prepararse con ayunos de 40 días, con oraciones, y con el retiro del desierto: no porque él hubiera menester tal disposición, siendo fuente de pureza y sabiduría, sino para que los Doctores de la Iglesia aprendieran con este ejemplo la pureza e inocencia de vida, con que deberían disponerse, para ejercer este celestial empleo. Porque sabía aquel Soberano Maestro, cuanto más eficaces serían para conciliarse la fe, y ordenar la vida de los hombres, los ejemplos ilustres de virtudes, que las palabras cultas y limadas. Por lo que después de haber llamado el mismo Señor a los Predicadores, antorcha puesta sobre el candelero para alumbrar a cuantos viviesen en la casa de la Iglesia, añade inmediatamente: De tal modo resplandezca vuestra luz en presencia de los hombres, que vean vuestras buenas obras, y glorifiquen a vuestro Padre, que está en los Cielos (Mt 5). Con cuyas palabras claramente manifestó, cuanto más ilustrarían la gloria de Dios esclarecidas obras de virtudes, que palabras selectas y limadas. Lo que también declara aquella profecía de Isaías: Y serán llamados en ella los valientes de la justicia, plantel del Señor para glorificarle (Is 61). Y a la verdad, ¿qué cosa puede manifestar más el esplendor de la divina gloria, que la hermosura y constancia de la vida de un varón justo, de un fiel Ministro de Dios, perfecto y ejemplar?

3.Finalmente, si traemos a la memoria los anales y aumentos de la Iglesia, hallaremos que se ha aumentado y enriquecido mucho más con los ejemplos de los hombres santos que con las palabras de los sabios. ¿De cuántos Monjes, que vivían en la tierra como Ángeles, fue Padre el rudo Antonio? Por él se dicen aquellas palabras de San Agustín: Levántense los indoctos, y nos arrebatan el Cielo; y nosotros con nuestra ciencia nos estamos aquí revolcando en la carne y en la sangre (Lib. 8 Confesiones). ¿Qué diré también de Francisco, que sin letras puso en el Paraíso de la Iglesia tantos planteles de virtudes, mas con ejemplos de santidad, que con elegantes palabras? ¿Qué de aquel Simeón llamado el Estilita, cuya vida escribió su coetáneo y familiar amigo Theodoreto, quien destituido de todas letras y puesto sobre una columna, convirtió a innumerables de la idolatría a la Fe de Cristo con los ejemplos de su admirable vida? También Santa Catalina de Sena, vecina a nuestros tiempos, con ser mujer y sin letras, convirtió a tantos de una vida desreglada a la piedad y justicia, que cuatro Confesores, que de continuo la asistían con permiso del Sumo Pontífice Gregorio XI, apenas tenían tiempo para reposar, oyendo estas confesiones de aquellos, que la Santa reducía al amor de la virtud y justicia, mas con el esplendor de su vida, que con su doctrina.

4.He dicho brevemente esto, no por deprimir en modo alguno el don de la doctrina; sino para que entienda el piadoso Predicador, cuanto le importa, que su vida sea inculpable y pura. Lo cual en pocas palabras comprendió Séneca cuando escribiendo a su Lucilo, dijo: Haz elección de tal Maestro, que más te admires al verle, que al oírle. Por eso Lactancio Firmiano dice: «Quien da documentos de bien vivir, no debe dejar senda abierta a excusa alguna, imponiendo a los hombres la necesidad de obedecer, no con violencia, sino por vergüenza. Y ¿cómo podrá precaver las excusas de los discípulos, si quien enseña no hace lo que enseña, yendo delante y dando la mano al que le ha de seguir? Ciertamente no pueden tener duración las cosas que uno enseña, sino las practica primero: porque la naturaleza de los hombres, propensa a los vicios, quiere hacer ver que no solo tiene licencia sino también razón para pecar».
San Pablo (omitiendo los demás compañeros suyos en este ministerio) obró de suerte que más de una vez se proponía a si mismo por ejemplo a la imitación de los Fieles a quienes enseñaba la palabra de la vida, pues dice en un lugar: Hermanos , mis imitadores, como yo también lo soy de Cristo.

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GRANADA, Fray Luis de; Los seis libros de la Rhetorica ecclesiatica o de la manera de predicar, escritos en latín por el V.P. Maestro Fr. Luis de Granada, vertidos en español […], Barcelona, Imprenta de Juan Solís y Bernardo Pla, 1778, Libro 1º, Cap. IV, pp.19-20.


2. Predicar hoy

¿Quid sit praedicatio?

por fray José Luis Gago, op

Hay muchas posibilidades diferentes de aplicar la palabra predicación.

Se predica en el templo, en la celebración litúrgica y fuera de ella. Se predica en salas de conferencias, en grandes manifestaciones e incluso en plazas y calles. Se predica por radio y televisión, etc. Dentro de esta falta de precisión en la terminología hay algo que se puede afirmar con certeza: la predicación es el anuncio de la palabra de Dios.”

En la literatura paleocristiana, la palabra predicar conserva siempre el sentido de “proclamación del mensaje cristiano”.

Con un estudioso de la teología de la predicación – Domenico Grasso, “Teología de la predicación”, Ediciones Sígueme, Salamanca 1968)- la definimos como “la proclamación del misterio de la salvación, hecha por Dios mismo a través de sus enviados, en orden a la fe y a la conversión y para el crecimiento de la vida cristiana”. En otro lugar de su obra “Teología de la predicación” afirma: “la predicación es un acontecimiento: el encuentro con Dios. La historia de cada hombre no es tal, hasta que Dios no entra en ella obligándole a una elección. El encuentro entre Cristo y cada hombre acontece en la predicación antes que en los sacramentos".

La predicación es vehículo de la gracia y, en particular, de esta gracia fundamental que es la fe. De ahí su preeminencia entre los ministerios de la Iglesia.  El propio Grasso asegura que la predicación es más importante que las obras de caridad arguyendo por el dato, recogido en el libro de los Hechos de los apóstoles, de la elección de los siete diáconos, pues...”no es razonable que nosotros abandonemos el ministerio de la palabra de Dios, dijeron, para servir a las mesas". (Hech 6,2). Más importante, insiste, que la administración de los sacramentos, incluido el bautismo: Jesucristo, consciente de que el Padre le ha enviado a predicar el reino de Dios (Lc 4, 43) deja en manos de sus apóstoles la administración del bautismo de penitencia. San Pablo hará lo propio y, para justificar su proceder reservándose la predicación, recurre al mandato de Jesucristo: “Que no me envió Cristo a bautizar, sino a evangelizar”. (1 Cor 1, 17).

Probablemente hay que buscar, en el ejemplo de Cristo y de san Pablo, la causa de que los obispos de los primeros tiempos se reservaran para sí el ministerio de la palabra y no permitieran ejercerlo a los simples sacerdotes, sino en época muy tardía.

En África fue san Agustín el primer presbítero a quien se le permitió predicar; el hecho llamó tanto la atención, que el papa Celestino escribió a los obispos de Italia para que no imitasen este “mal ejemplo”.  No obstante, en el Concilio de Arlés (813) aparece por primera vez el mandato de que los párrocos prediquen en sus parroquias.

Aquí es obligado mencionar a Diego de Acebedo, obispo de Osma y Domingo de Guzmán, por entonces canónigo regular de su cabildo. Año 1205: primer contacto con cátaros y valdenses en el mediodía francés, inicio de una nueva etapa que se inaugura con la fundación, en Prulla, Francia, de una casa llamada “santa predicación”; desde allí, con la aprobación sucesiva de Honorio III e Inocencio III, surgirán los frailes predicadores “para consagraros –les escribirá el primero de ellos-a la predicación de la palabra de Dios, propagando por el mundo el nombre de Nuestro Señor Jesucristo”. El IV Concilio de Letrán (1215) extenderá la experiencia recuperada por los frailes predicadores.

Pero la cosa empezó en Galilea... Es frecuente encontrar en el evangelio la expresión “Jesús pasaba predicando el evangelio del Reino”; y ése es el encargo que dejó a los suyos: “Id por todo el mundo y proclamad la buena noticia a toda criatura”. Desde los apóstoles Pedro y Pablo, la historia de la Iglesia es la historia de la predicación, de la evangelización, de la proclamación del evangelio.

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José Luis GAGO DE VAL; Del orador sagrado al comunicador cristiano, 1ª Asamblea de Predicación, 2006.


Predicar: transmitir la mirada de Dios o ayudar a mirar al mundo como Dios mira

                        por fray Felicísimo Martínez, op

 

Personalizar el mensaje no es, ni mucho menos, transmitir la propia experiencia subjetiva, la propia ideología, las propias opiniones, la propia mirada…, aunque sea sobre los misterios más divinos y las realidades más sagradas. Lo que hay que transmitir es la mirada de Dios sobre la humanidad, sobre la historia, sobre este mundo. Eso sí, se trata de transmitir la mirada de Dios una vez asimilada por la propia experiencia personal y de transmitirla con la mayor fidelidad posible. El único lenguaje que tenemos para hablar de Dios y de la salvación, para predicar, es el lenguaje humano; la única experiencia que tenemos para experimentar a Dios es la experiencia humana. Ciertamente, se trata de una experiencia humana que se ve transformada, convertida, transfigurada… cuando se siente tocada por la mirada y el amor de Dios, cuando ha sido pasada por el tamiz de la fe. El cristianismo no es en principio un mensaje que ha de ser creído, sino una experiencia de fe que deviene mensaje; luego, ese mensaje explícito ofrece una nueva posibilidad de experiencia de vida a otros que lo oyen desde su experiencia de vida (Schillebeeckx) (In the Company…, 128).

Nos sirve para aclararnos aquella metáfora del Éxodo: “sólo verás mi espalda”. Moisés le pidió a Yahvéh: Déjame ver tu rostro. Y obtuvo esta respuesta: Mi rostro no podrás verlo, pues no puede verme el hombre y seguir viviendo… Tú te colocarás sobre la peña… Al pasar mi gloria te cubriré con mi mano hasta que yo haya pasado. Luego apartaré mi mano, “para que veas mis espaldas; pero mi rostro no se puede ver” (Ex 33, 18-23). Es toda una metáfora de lo que queremos decir cuando decimos que Dios quiere que miremos con sus ojos.

A nuestro hermano Pedro Meca le escuché una vez una exégesis de este pasaje muy alegórica, pero muy sugerente. Lo que la Escritura quiere decirles que, para mirar en la dirección de Dios -y para caminar en su misma dirección-, tenemos que situarnos a la espalda de Dios. Lo cual no es lo mismo, por supuesto, que echarnos a Dios a la espalda o ignorarlo, como solía decir U. Von Balthasar. A veces tenemos que enfrentarnos a Dios, como Job, para interpelarle o para dejarnos interpelar por su mirada. Pero debemos tener en cuenta que cuando miramos a Dios de frente, miramos exactamente en la dirección contraria a la que Él mira. Por eso, solemos ver al mundo al revés, en negativo, con mirada no creyente. Si queremos ver al mundo con su mirada, tenemos que colocarnos a su espalda. Sólo así podemos mirarlo como Dios lo mira. (Esta es la imagen que nos ofrecen tantos padres y madres cuando están enseñando a sus hijos e hijas a mirar el mundo: los colocan sobre sus hombros y les indican en la dirección que deben mirar; o se colocan detrás de ellos y les indican los objetos y la dirección en la que deben mirar. Así padres e hijos miran con la misma perspectiva). Si consiguiéramos mirar así al mundo, a las personas, a la sociedad, sería una mirada auténticamente creyente y la convivencia, por supuesto, sería mucho más fácil y más pacífica. Esta mirada de fe es la que debe transmitir la predicación cristiana: es, en definitiva, la mirada de Dios, pero hecha propia; no es la mirada propia atribuida a Dios.

Esta mirada de fe es, en definitiva, un don de Dios, una gracia, una obra del Espíritu Santo. Por eso, como dice Humberto de Romanis, el Espíritu Santo es el verdadero Maestro de los predicadores. Dice Humberto que es difícil predicar bien, en primer lugar, a causa del Maestro de la predicación, que es el Espíritu Santo, y que pocos tienen (p. 51).

Esa mirada de fe y amor es la experiencia teologal que sustenta la verdadera predicación cristiana. Pero ciertamente esta experiencia sólo nos es dada a base de mucha oración y contemplación, perforando con la luz de la fe y con el don del amor las capas de la realidad. Esa es la experiencia que personaliza el mensaje cristiano. Esa es la experiencia que nos habilita para ser verdaderos creyentes, testigos de la mirada de Dios, verdaderos predicadores.

En realidad, la predicación tiene como objetivo primario anunciar al Dios que nos mira bondadosamente y nos ama. Pero también tiene como objetivo ayudar a experimentar esa mirada bondadosa y ese amor salvífico de Dios a toda persona, a toda la humanidad, a toda la creación. Y, para ello, es absolutamente necesario haber experimentado en propia carne esa mirada bondadosa y ese amor salvífico, haber experimentado a un Dios que nos tiene de su mano, dirige nuestras vidas, les tiene asignado un sentido y un destino salvador (In the Company…, 44). Es absolutamente necesario personalizar el mensaje antes de anunciarlo y mientras se anuncia.

La personalización del mensaje exige del predicador que su experiencia le permita situarlo en su historia personal y comunitaria, y en la historia personal y comunitaria de los oyentes. La personalización del mensaje consiste en detectar su esencial vinculación con la vida de cada día. El verdadero predicador debe atinar con ese hueco de la realidad y de la historia personal y comunitaria en el que encaja perfectamente el mensaje que anuncia. Debe atinar con ese campo de la experiencia humana, de la vida de las personas y de las comunidades, que se ve iluminado cuando cae sobre él la Palabra de Dios. A esto se lo llama juntar mensaje cristiano y experiencia humana, o personalizar en la experiencia humana el mensaje cristiano. El predicador debe traer la Palabra a la vida contemporánea (In the Company of Preacher, 7).

Es la sencilla pero pertinente pregunta que nunca debería olvidar el predicador: ¿Qué nos dice aquí y ahora la Palabra de Dios? Colocado el mensaje cristiano en el corazón de la vida y de la experiencia humana, se convierte en palabra iluminadora de la vida y de la realidad, en palabra animadora de la persona y de la comunidad, en palabra sanadora en medio de las crisis y las heridas, en palabra denunciadora de las zonas oscuras y pecadoras de la historia humana.

Una predicación así requiere una atención especial a los signos de los tiempos. La personalización del mensaje no se logra mejor cuando nos encerramos en nuestras experiencias subjetivas; se logra mejor cuando nos enfrentamos con la realidad, cuando la experimentamos y nos dejamos interrogar por ella. Requiere una espiritualidad o una mística de ojos abiertos, una experiencia teologal capaz de mirar al mundo de frente. Garantizado este sentido de la realidad, el predicador debe ahondar en la experiencia humana, en el alma humana, en la experiencia propia y ajena. “!Qué será de los pobres pecadores!”, exclamaba Domingo de Guzmán.“ Qué será de esta pobre humanidad!”, deberá exclamar el predicador de hoy. La predicación del testigo implicado o la personalización del mensaje sólo puede nacer desde el corazón de la compasión.

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Felicísimo MARTÍNEZ; Predicación y personalización del mensaje (Espiritualidad personal y comunitaria del Predicador), 1ª Asamblea de Predicación, 2006.


Verdades olvidadas por los Predicadores

                        por fray Felicísimo Martínez, op

 

La personalización del mensaje o la predicación personalizada exige del predicador algunas actitudes fundamentales.

En primer lugar, humildad, mucha humildad, para presentar el mensaje como una propuesta de buena noticia y no como una imposición o una carga. Esa humildad permite que el predicador no se apropie del mensaje, ni hable en nombre propio. El ejemplo de Juan Bautista debe inspirar a los predicadores: “Es preciso que yo mengüe y Él crezca”. No es lo mismo predicarse a si mismo que predicar a Cristo.

En segundo lugar, la predicación personalizada requiere honestidad, mucha honestidad, para no decir más de lo que el predicador cree, aunque tenga que predicar más de lo que entiende. Puede predicar lo que cree la Iglesia, aunque no lo comprenda, pero es necesario que lo crea.

En tercer lugar, requiere mucho coraje y valentía (mucha parresía), para no callar el mensaje, para no limar sus aristas o acomodarlo a los gustos del oyente, de forma que se vuelva dulzón para los oyentes e inocuo para el predicador. Silenciar el mensaje o acomodarlo significa con frecuencia traicionar el Evangelio.

En torno a estas actitudes y a esta espiritualidad del predicador, tiene Humberto de Romanis  algunas indicaciones que conviene recordar.
La predicación es un don de Dios. Otros oficios se adquieren con entrenamiento y práctica frecuente; éste es una gracia recibida, la gracia de la predicación (p. 50).

1.      El Maestro de la predicación es el Espíritu Santo, que pocos predicadores tienen (y todos deberíamos tener). (p. 51).

2.      “Dedíquese a la predicación el que ha recibido la gracia de la predicación” (p. 106).

3.      Aunque la predicación es un don de Dios, el predicador prudente debe prepararse con estudio asiduo y oración, pero no para decir sutilezas, para dar vueltas a las palabras, para multiplicar las anécdotas…, sino para transmitir el verdadero mensaje (p. 52 y 53).

4.      “El predicador debe recurrir ante todo a la oración, para que le sea dada una palabra eficaz para la salvación de sus oyentes” (p. 57).

5.      El predicador debe conocer la Escritura, las criaturas y la historia (p. 62).

6.      “Disminuye el mérito de la predicación, si la caridad no la mueve” (p. 68).

7.      La conducta y la persona del predicador no han de ser despreciables, “no sea que por ello sea despreciada su predicación”. (p. 70).

8.      “No conviene comenzar a predicar antes de recibir los bienes que vienen del Espíritu” (p. 77ss.). Pero algunos “no predican porque están siempre preparándose para predicar”. (p. 88).

9.      Conviene predicar donde hay más necesidad. “¿De qué sirve estar siempre predicando a religiosos, religiosas y gente piadosa, que no necesitan tanto y dejar de lado a los que más necesitan?” (p. 103).

10.  Y no conviene salir a predicar solamente para huir de la disciplina del claustro, como niños que se fugan del colegio (cap. 7, e.).

11.  Humberto de Romanis habla de “predicar fuera de la predicación” (cap. 7, 3). Y se refiere a la conversación informal y familiar (cap. 7, 3, a. 1…).Dice: Una conversación familiar es más fructuosa que un sermón general, porque la persona se siente aludida y porque las palabras familiares penetran con mayor familiaridad “como flechas disparadas a su objetivo”(152).

Sin duda, Humberto conocía bien a los frailes y dominaba el ministerio de la predicación.

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Felicísimo MARTÍNEZ; Predicación y personalización del mensaje (Espiritualidad personal y comunitaria del Predicador), 1ª Asamblea de Predicación, 2006.


Características de la predicación y actitudes del Predicador

                                por fray Carlos Azpíroz, op

 

La evangelización tiene ciertas características y exige algunas actitudes personales y comunitarias:

 

1.      Predicación teológica

 

Implica una total, dondequiera que se encuentre. Esto exige una profunda reflexión y disponibilidad para el (ecuménico, interreligioso, cultural). Nuestra predicación siempre se ha cimentado en un profundo y científico de la teología. “Nuestro estudio debe dirigirse principal, ardiente y diligentemente a esto: que podamos ser útiles a las almas de nuestros prójimos”. Desde entonces el estudio ha estado íntimamente relacionado con la misión apostólica y la predicación de la Orden. Dedicarse al estudio es responder a una llamada a “cultivar la búsqueda humana de la verdad”. Santo Domingo ha alentado a sus frailes a ser útiles a las almas por la compasión intelectual, al compartir con ellos la , la misericordia de la verdad. Las crisis del mundo actual, el escándalo de la creciente pobreza e injusticia, la confrontación de las distintas culturas, el contacto con pueblos descristianizados, todo esto es un desafío para nosotros. Nuestra práctica de la reflexión teológica debe prepararnos para penetrar profundamente en el significado de estos hechos en el misterio de la Divina Providencia. La contemplación y la reflexión teológica nos capacitan para buscar modos más aptos en la predicación actual del Evangelio. Este es el verdadero camino para que nuestra predicación sea de verdad doctrinal, y no exposición abstracta e intelectual de algún sistema.

 

2.      Predicación compasiva

 

Exige una actitud de hacia la gente, especialmente hacia aquellos que se encuentran “lejos”. Sólo la compasión puede remediar nuestra ceguera y hacer posible que veamos los signos de los tiempos. La compasión nos lleva a la humildad en nuestra predicación humildad por la cual estamos dispuestos a escuchar y a hablar, a recibir y a dar, a dejarnos influir e influenciar, a ser evangelizados y evangelizar. Esta compasión y humildad proviene únicamente de una profunda unión con Dios en Cristo. Estamos unidos con Dios cuando imitamos la compasión y el humilde servicio de Cristo. La compasión y la humildad son fuentes de las que emana el conocimiento de los signos de los tiempos, impregnado de oración y contemplación. Contemplamos así a Dios, que se nos ha revelado a través de la Sagrada Escritura y que manifiesta su voluntad en los signos delos tiempos.

 

3.      Predicación inculturada y encarnada

 

Exige una profunda para con las diversas visiones de la realidad que tienen otras religiones, otras culturas, otras filosofías (encarnación e inculturación). Implica una educación para saber esperar, para aprender, para convertirse, para formar parte, asumir y ayudar a purificar y elevar lo que encontramos en esas religiones, culturas y filosofías.

 

4.      Predicación profética

 

Es no del propio conocimiento, sino de la Palabra de Dios vivo y vivificante, anuncio íntegro del Evangelio revelado que contiene palabras de vida eterna. No es posible omitir el análisis serio de “los signos de los tiempos”, que procede de principios sobrenaturales y es iluminado por la oración. Para discernir los signos de los tiempos debemos atender diligentemente al clamor de los pobres, los oprimidos, los marginados y los torturados, y de todos aquellos que, por motivos de raza, religión y denuncia contra la injusticia, sufren persecución. Dios nos habla a través de estos clamores y también a través del silencio de los que no tienen voz y viven en apatía, soledad y desesperación.

 

5.      La predicación en la pobreza

 

La pobreza no es sólo una especie de abnegación de sí mismo, sino también testimonio y medio apropiado para que nuestra predicación sea digna de crédito; es signo de autenticidad y sinceridad. Vivimos en un mundo en el que aumenta la división entre ricos y pobres -tanto en naciones pobres y ricas como entre personas y grupos. Más aún, el pobre tiene hoy mejor conocimiento de las estructuras nacionales e internacionales que son causa de este estado de servilismo y pobreza. Si en un mundo como este nos presentásemos conviviendo más con los ricos que con los pobres, nuestra predicación no sería digna de crédito.

 

6.      Predicación itinerante

 

Somos hombres y mujeres en marcha. La itinerancia, es en primer lugar, un concepto espacial que implica una disposición para ir en camino, para viajar, pero nuestra predicación pide una itinerancia social, cultural, ideológica, económica. Es un aspecto de la espiritualidad dominicana que debe informar toda nuestra vida y que se nutre de diversas experiencias bíblicas del Antiguo Testamento y del mismo Jesús, “Camino” a quien Domingo ha querido seguir como verdadero varón evangélico.

 

7.      Predicación comunitaria

 

Nuestra predicación no es un esfuerzo solitario de individuos aislados. Por eso exige una disposición para la colaboración, para el trabajo en equipo, para apoyar el esfuerzo de los demás mediante el interés mostrado, la animación y la ayuda efectiva. Estas actitudes tienen sus raíces en los elementos esenciales de nuestra vida dominicana: la vida común, la vida de oración contemplativa, el estudio asiduo, una comunidad fraterna, la consagración por los votos. La comunión y universalidad de la Orden informan también su gobierno en el cual sobresale la participación orgánica y proporcionada de todas las partes para realizar el fin propio de la Orden. Es un gobierno comunitario a su manera y es por cierto apropiado para la promoción de la Orden y para su frecuente revisión.

 

8.      Predicación compartida: La Familia Dominicana

 

La Orden nació como Familia. Frailes, monjas contemplativas, religiosas, miembros de institutos seculares y de fraternidades laicales y sacerdotales, otros grupos asociados de alguna manera a la Orden (entre ellos: Movimiento Juvenil Dominicano -IDYM-; Voluntarios Dominicos Internacionales -DVI-) nos inspiramos en el carisma de Domingo. Ese carisma es uno e indiviso: la gracia de la predicación. Es una predicación compartida con nuestros hermanos y hermanas de la Orden que por su bautismo viven el mismo sacerdocio común y que están consagrados por la profesión religiosa y por su compromiso a una misma misión. Como mejor se manifiesta nuestra identidad global es a través de nuestra colaboración conjunta. Esta colaboración incluye: rezar juntos, planificar, tomar decisiones y llevar a cabo proyectos desde una complementariedad mutua que respete la igualdad. Estos proyectos incluyen campos tan diversos como los ministerios de oración, enseñanza, predicación, animación pastoral, justicia y paz, medios de comunicación social, investigaciones y publicaciones, así como la promoción de vocaciones y formación.

 

Conclusión

 

Estas características de nuestro anuncio del Evangelio no son “nuevas tareas” que se suman a otras como una suerte de “imperativo categórico” o “nueva moda” que excluye otras de ayer. Al contrario, expresan un camino de alegría y libertad, expresan la vocación de tantos hombres y mujeres que han dado y dan sus vidas haciendo suyas las palabras del Apóstol: “¡Ay de mí si no predicara el Evangelio!” (1 Cor 9,16).

 

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1.- Carlos Azpíroz, Extracto dela conferencia pronunciada enla LXI Asamblea dela Unión de Superiores Generales (noviembre 2002)



Características teológicas de la predicación homilética dominicana

  por fray Miguel de Burgos, op

 

1. Nuevos horizontes de la predicación

 

I.1.  Nos debatimos en un mundo entre la Modernidad y la Postmodernidad.  Ese es el mundo de nuestra predicación al que debemos conocer y con el que debemos dialogar (la Orden tiene una tradición irrenunciable de diálogo con la cultura), porque nuestra predicación debe ser hoy especialmente “dialógica”.

 

I.2.  Las nuevas “Ágoras”, tomando el ejemplo de Hch 17, cuando Pablo predica la Resurrección y es rechazado, pone ante nosotros la necesidad de contar con esas “ágoras” agnósticas de creencias e increencias o de nuevas y extrañas experiencias religiosas. Es una manera de atender a la realidad del mundo de hoy, de los hombres y mujeres   de   hoy, que   necesitan y viven en códigos   nuevos   de   conducta   y   de comunicación.  Esto, precisamente, no lo podemos desconocer los “predicadores” del evangelio. Hay que renovar, pues, nuestro lenguaje y nuestros modos de comunicación, llegando a los que P. Ricoeur llamaba las “expresiones límites” con una intensificación del mensaje teológico, espiritual, escatológico, etc.  Debemos estar dispuestos a una cierta “transgresión” como decía también P.  Ricoeur de nuestro lenguaje y de nuestra teología para poder llegar a los hombres de hoy que tienen “códigos nuevos” de escucha y comportamiento.  Ello, sin renunciar a la verdad...  como Pablo no renunció a decir “Anástasis” = resurrección, en medio de las “ágoras” paganas... que no querían otro Dios (ellos consideraron que era un “diosa”, pero se equivocaban, porque se trataba de la Vida verdadera que su antropología no les garantizaba).

 

I.3. La predicación tradicional debe dar paso (¡ES MUY IMPORTANTE!)  a unas nuevas formas expositivas menos abstractas o deductivas; por el contrario, deben ser más kerygmáticas y narrativas como es la misma esencia de la Palabra de Dios, de la Escritura y el Evangelio especialmente, fuente de nuestra predicación. El hombre de la posmodernidad es muy de hoy, de ahora, de lo inmediato... no le interesa más que el presente –nada el pasado y poco el futuro-. Eso lo debemos tener en cuenta y el hoy de nuestra predicación o comunicación, el “hoy salvífico”, debe ser decisivo en el mensaje cristiano. Pero hay un pasado y un futuro como plenitud y eso no lo podemos callar... aunque debemos exponerlo con inteligencia y sabiduría.

 

I.4.  Se ha de partir de la realidad de la vida, la de las comunidades litúrgicas que escuchan y celebran, no de las ideas previas que nos hemos hecho nosotros y que muy frecuentemente intentamos imponer.

 

I.5.  Porque no se trata simplemente de “predicar”, sino de predicar a comunidades eclesiales que a lo mejor no están vivas, pero que necesitan la “fuerza vivificadora” de la Palabra de la predicación: «¡Ay de mi si no predico el Evangelio!» (1Cor 9,16).

 

I.6.  Nos complace manifestar que el C. II de las Actas del Capítulo General de Krakowia nos ofrecen una reflexión de verdadera calidad y calado, y lo hemos tenido muy en cuenta, sin olvidar lo que los últimos Capítulos Generales han ofrecido al respecto.  Pero eso lo han de desgranar otros ponentes en este encuentro de Predicación, por ello no insistimos más que en la actualizante reflexión de Krakowia.

 

2. Predicación y teología

 

II.1. No es posible ignorar lo que se ha llamado la “fuga theologiae” que es uno de los dramas de la enseñanza en la Iglesia, en los presbíteros y encargados de pastoral.  Se han   buscado   otros   recursos, incluso   necesarios, como   las   ciencias humanas, la antropología, la psicología de la experiencia, la estética de la religión...  pero sin TEOLOGÍA se pierde algo necesario y fundamental en la misma predicación. La teología es el “alma mater”... de la comunicación cristiana.

 

II.2.  ¿Qué teología?  Han aparecido muchas teologías: (de la liberación, feministas, política, de las religiones…)  que es propio del pluralismo religioso indiscutible e imponderable. Pero queremos hablar simple y llanamente de “teología cristiana” que es el misterio de Dios revelado en Jesucristo, que tiene una historia concreta en Galilea y Judea; crucificado y resucitado como esperanza de todos los pueblos.

II.3.  Hoy debemos renunciar a una teología abstracta.  La alternativa es la teología que embarga toda la predicación narrativa de Jesús, su modo de creer, de pensar y de actuar. Se habla hoy de GALILEA vs JUDEA. Todo comenzó en Galilea (cf Hch 10,37). ¿Qué significa?: lo nuevo vs. a lo de siempre; lo profético vs. a lo ritual. Ello supone una visión teológico-cristológica particular, considerando la marginalidad desde la que viene el mismo Jesús, como Galileo, frente a las estructuras político-religiosas dominantes tanto en Roma como en Jerusalén. Todo esto es un marco de referencia en las nuevas formas de predicación.

 

II.4.  Todo obedece, pues, a la índole narrativa de la fe cristiana.  El modo narrativo de confesar la fe en el conjunto del NT no se explica por el simple hecho generalizado de fenomenología religiosa, sino que es consecuencia del genio narrativo del mensaje cristiano.  Se confiesa y comunica un acontecimiento.  Por ello, la fe cristiana sólo se entiende, de verdad, rememorando una historia. Lo mismo que sucede en todo proceso individual de fe cristiana: son las intervenciones de Dios en la propia vida (vividas como experiencias fundantes) las que permiten al creyente narrarse (identidad narrativa) en clave de salvación.

 

II.5. Por tanto:

 

-          Debemos predicar lo que fue la causa de Jesús:  el Reino de Dios que le llevó a la muerte y resurrección.  Eso es lo que ha de transformar el mundo, sus valores, sus lágrimas, sus miserias. La predicación es teología narrativa, que no narra por narrar, sino para que acontezca el Reino de Dios en el mundo.

-          Debemos reflexionar e interpretar antes de “narrar”, de predicar, pero siendo conscientes de que la causa de Jesús era la causa de su Dios, como Padre y la causa de todos los hombres. Al narrar, al predicar, no deberíamos perder de vista lo que nos dice Mc 1,14-15 como programa de Jesús y lo que ello implica.

-          Debemos tener la convicción de que es necesario leer de una forma nueva, para nuestro tiempo, la Sagrada Escritura y la misma tradición de la Iglesia. Eso quiere decir que debemos situarnos previamente en una “actitud profética” (aunque no nos sintamos o   seamos   profetas); de   lo   contrario   no   podremos   actualizar   los   acontecimientos narrativos de salvación que nos ofrece la Sagrada Escritura y el Evangelio en particular.

 

Por ello queremos ofrecer un texto del NT, concretamente de Lc 4,14-30 que venga a ser un ejemplo de eso que hoy llamamos “teología narrativa” y que nace en el ambiente universitario para hacerles comprender a los jóvenes quién era Jesús, como entendió a su Dios, con se abrió al Espíritu, como se enfrenta con la realidad de su pueblo y de su religión.  Es un texto que puede servir para exponer o para prepararse en la manera de exponer en momentos determinados el mensaje del evangelio... sin teología desfasadas o pesadas... “narrar” debe ser hoy una forma de predicar. Este texto lo ofrecemos como APÉNDICE y se titula “Una tarde en Nazaret” y lo escribí yo personalmente con esa intención narrativa de predicar el mensaje

 

3. Cómo    debe    ser    la    predicación   homilética dominicana

 

III.1. Quiero gustosamente partir del “Principium” de Sto. Tomás, en su Licentia Docendi como Bachiller, expositor de la Sagrada Escritura en Paris (1256) quien, inspirándose en San Agustín, comenzaba así: «Hic est liber,..  eruditus eloquens ita eloqui  debet  ut doceat, ut delectet, ut flectat: ut doceat ignaros; ut delectet tediosos; ut flectat tardos». No olvidemos que Sto.  Tomás fue un “teológo-predicador”.  Por tanto, estas tres características deben establecer el sello de nuestra predicación: enseñar, deleitar y conmover.  Son tres elementos fundamentales que los dominicos no podemos perder: enseñar, deleitando... para conmover (que debe ser el fin de la predicación).

 

III.2. Pero, antes todavía, un aspecto previo: el carisma de la “gratia praedicationis”. Esto debe ser para nosotros la razón de nuestra vocación personal...  para lo que hemos venido a la Orden:  para predicar, porque en ella debe existir una fuente inagotable:  la “gratia praedicationis” que nos entregó N.P. Sto. Domingo. No podemos perder de vista lo que esto supuso en los comienzos de la Orden y que muchos de los nuestros han puesto de manifiesto.  Lo entiendo, sencillamente, como el carisma de predicar el Evangelio de la salvación.  Que es un carisma de Sto.  Domingo que pasa a sus hermanos… es el tesoro de la “familia dominicana” (para no reducirlo exclusivamente a los frailes) para predicar, para llevar a la práctica la misión. Y es, a su vez, algo personal a lo que somos llamados desde ese carisma para enriquecerlo con nuestra tarea personal y nuestras vivencias comunitarias.  Por ello, un predicador dominico no es simplemente “un predicador” más, sino un predicador desde la “gratia paraedicationis”. Ello requiere decir que nuestra predicación debe tener un toque especial, un sello, una experiencia de base para ser “predicadores de la gracia y desde la gracia”.

III.3. Por todo esto, nuestra predicación debe llevar un sello especial, irrenunciable, que es eclesial, desde luego, pero que es concretamente dominicano, herencia de familia, de nuestros grandes predicadores de todas las épocas.  La historia de familia debe ser, pues, para nosotros, memoria viva de la necesidad que tiene la Iglesia de la Orden en el mundo.  Para eso nacimos en la Iglesia...  y cuando no nos dediquemos a la predicación... tendremos que morir como Orden.

 

III.4. Debemos tener muy presente los dominicos que la predicación es la esencia de la misión profética de la Iglesia. Para ello fundó la Orden Sto. Domingo, para “arrancar” virtualmente a los Obispos este ministerio que les pertenece, pero que entonces “moría” en sus manos y en su incapacidad. No obstante, nos debemos plantear la pregunta que hace el Cap.  General de Krakowia al respecto: ¿Qué modelo de Iglesia construye nuestra predicación? (cf. Cap. II). Desde mi punto de vista, la audacia de Sto. Domingo, que no quería ser un hereje, sino un hijo de la Iglesia, asumió un concepto de Iglesia como “comunión” y es ahí donde nuestra predicación dominicana tiene todo su sentido. Esa es la teología eclesial de Vaticano II en todos sus aspectos desde el mismo concepto de “pueblo de Dios” (Cfr. Lumen Gentium, nn. 4, 8, 13-15, 18, 21, 24-25; Const. Dei Verbum, n. 10; Const. Gaudium et Spes, n. 32; Decr. Unitatis redintegratio, nn. 2-4, 14-15, 17-19, 22.). Y esa es la reflexión eclesiología que nuestro P. Congar ofreció en su tiempo y que es un “sello” que se vive en la Orden desde el mismo momento en que nuestro P. S. Domingo intuyo una Orden para la Predicación en la misma entraña de la Iglesia de Jesucristo.

 

III.5.  PREDICAR:  pero no de cualquier forma o de cualquier manera.  Es verdad que la predicación cristiana no nos pertenece exclusivamente, se nos ha regalado en el carisma, se nos ha encomendado de forma especial...  Y por ello le debemos una dedicación y una pasión que a otros no se les puede pedir.

 

III.6.  El arte de comunicar y la predicación debe ser para los dominicos un signo de identidad, como lo ha sido siempre. “Ut delectet” EL DELEITAR. Significa que debemos aprender a ser hermeneutas de los textos narrativos del evangelio para darles vida, no solamente literaria, sino catequética y espiritual.  Jesús no inventaba esas hermosas parábolas sin reflexionar, buscar, orar…

 

III.7. El género homilético-litúrgico -que es sobre el que pretendo cargar las tintas por ser la predicación más decisiva hoy-, que no es ni un sermón, ni un panegírico, se encarna en la solemnidad y el sentido de la litúrgica, es decir, de la celebración de los misterios de nuestra salvación. Ello exige: unas claves exegéticas previas (para entender y hacer entender la Escritura o el relato bíblico); unas claves de actualización vital en nuestro mundo de hoy; unas claves litúrgicas específicas según la comunidad con la que celebramos para la que actualizamos la Palabra o el Evangelio.

 

III.8. Por tanto, debemos ser teólogos en nuestra predicación-homilética, no quiere decir catedráticos (No es lo mismo dar clases de exégesis o de teología, que predicar exegética y teológicamente).  Por eso, en nuestra predicación estamos llamados a “REPENSAR” el misterio de Dios, de Cristo, de la Iglesia como comunidad de salvación, de la escatología como esperanza para la humanidad. Para ello debemos hablar de Dios a los hombres, usando técnicas exegéticas y hermenéuticas nuevas, pero todo ello con corazón y talante dominicano.  Si la liturgia, pues, es una representación, no podemos predicar sin “representar” con veracidad la cátedra de Jesús resucitado, no nuestra cátedra personal o institucional por encima de la exigencia kerigmática del mensaje de salvación.

III.9.  Debemos cuidar que nuestra predicación homilética descubra las claves que enseñen y conmuevan (“ut doceat”-“ut flectat”),  porque  debe  ser  salvífica  y  liberadora. Por ello no podemos predicar para condenar o encadenar conciencias con ideas moralizantes que no nacen de la entraña de la predicación de Jesús. Al contrario, debe ser un reto de la predicación cristiana y especialmente dominicana buscar la “verdad” del evangelio que libere las conciencias como Jesús hacía, según ese relato de Mc 1,21-28. Es decir, no podemos predicar como “los escribas”, porque entonces el Evangelio dejara de ser Buena Noticia para todos los hombres y mujeres.  Los dominicos no podemos predicar sin “repensar” la verdad que llegue al corazón del mundo de hoy... porque la verdad es para iluminar y conmover... Si la verdad no conmueve, entonces ello debe hacernos pensar que algo no va, o no vale para el hombre de hoy.

 

III.10. Nuestra predicación debe estar preparada, pero debe ser, ante todo, “profética”. Eso   significa   también   que   nuestras   homilías, hasta que no sean predicadas, comunicadas, en   una   asamblea   litúrgica   y   se   vivan   en   una   celebración   no   son verdaderas “homilías”.  Porque a ello no solamente contribuye el predicador, sino la comunidad que siente la fuerza “salvadora de la palabra”. Esto es muy importante. No hay, desde luego, reglas infalibles, quien las ofrezca puede estar más o menos acertado en técnicas de comunicación... Pero nosotros debemos confiar, de verdad, en la “gratia praedicationis”.  Como una partitura musical...  mientras no se interpreta es como una música latente, pero no viva.

 

III.11. Nuestra predicación homilética debe estar impregnada de “parresía” (valor, coraje, entusiasmo).   Si   nos   mostramos   poco   interesados, nuestra comunidad   oyente   y celebrativa no se interesará. Si, por el contrario, ponemos “parresía”, por Jesús, por el tema, por la actualidad del mensaje y por el juicio de valores que debemos presentar, entonces la comunidad experimentará la acción salvadora y liberadora de la Palabra de Dios.

 

III.12. Debemos ganar la confianza de la comunidad, como la ganó Jesús de la gente que le escuchaba, porque hablaba de Dios como nadie hasta entonces lo había hecho. Eso significa que les proponía cosas “nuevas”, que a veces escandalizaban.  De ahí que podamos explicar el sentido de sus palabras: “nadie echa vino nuevo en odres viejos” (Mc 2,22) o “el sábado ha sido hecho para el hombre y no el hombre para el sábado” (Mc 2,27).  Esto debe explicarse en profundidad.  Por tanto, seamos lúcidos, creadores, con imágenes o situaciones que contagien interés.  Despertar el interés es clave en la predicación: “es una palabra nueva, con autoridad” (Mc1,27) y no como la de los “escribas”. Nuestra predicación dominicana no puede estar trillada de generalidades o de ideas inadmisibles hoy.

 

III.13. La predicación dominicana debe renunciar a ser “fundamentalista”, ya que sería una traición al Evangelio.  El fundamentalismo no mira al futuro (no es simplemente conservar valores como algunos defienden), sino al pasado; no es liberador, sino que exige un tipo de teología y de catequesis o de religión esclavizante.  El Evangelio está lejos de nosotros en el tiempo, pero se sitúa “delante de nosotros” como horizonte que llama y que dialogo con “las Ágoras” de las creencias e increencias.  Las Bienaventuranzas   son   nuestro   programa   de   vida   y   el   Evangelio   el   futuro   de   la humanidad. Es el juicio moral y escatológico sobre nuestros pecados, pero es la puerta de la salvación para todos los hombres, incluso los de la última hora, como se pone de manifiesto en la parábola de los obreros de la viña (Mt 20,1-16).

 

III.14. Finalmente, no debemos ser predicadores con sermones “trillados” (teniendo en cuenta que la homilía no es un sermón, aunque el sermón dominicano –cuando se haga o se pida-debe tener las mismas aportaciones teológicas que la homilía). Los dominicos debemos ser originales, por carisma, en la predicación de la Iglesia.  Por ello debemos tener el valor de “innovar” con fórmulas y teologías nuevas (que nunca dejen de ser cristianas, eso sí). Ahí es donde se juega “la verdad del evangelio” de la que habla Pablo en Gal 2 y que discute con Pedro y los de Jerusalén, frente a algunos que “espiaban” la libertad   que   el   apóstol   había   encontrado   en   Cristo   y   había   comunicado   a   sus comunidades: “para vivir en libertad, nos ha liberado Cristo” (Gal 5,1).

 

III.15.   Reflexión   final   sobre   estas   enseñanzas   de   Gálatas   aplicadas   a   nuestra predicación: La verdad del evangelio debe ser para nosotros una “pasión” como lo fue para Pablo que, sin romper la “comunión” con Pedro y los de Jerusalén, emprendió otros caminos para fundar comunidades nuevas donde no se sintiera siempre espiado por los de Jerusalén.  Era necesario para la Iglesia que así fuera y ello significó un impulso decisivo precisamente para que se manifestara que la Iglesia vive del evangelio.  Ello exige, pues, a los dominicos y dominicas crear conciencia eclesial de comunión en su predicación, pero a la vez desde el impulso de lo profético, lo cual nos llevará e incluso exigirá ciertas rupturas ideológicas en fidelidad a la misma verdad de evangelio que debe ser irrenunciable, como lo fue para Pablo.



3. Oraciones del Predicador


Oración del predicador

Señor Jesucristo, haz que con deseo ardiente me precipite a escuchar la Palabra de Dios,
y haz que no rechaze a los que ya se han acercado;
haz que sepa estar junto a las aguas, no dentro de las aguas de la vanagloria;
que suba a la navecilla de la obediencia y que baje a tierra por la humildad;
que lave las redes del deseo de la predicación
y de las buenas obras de toda avaricia, vanagloria y adulación;
que sepa repararlas mediante la armonía de las sentencias;
que las seque con la claridad;
que las recoja por cautela y no por pereza;
que no las rasgue por las divisiones;
que aleje de la tierra la nave de la religión y permanezca descansando en ella.

Haz que enseñe a los demás con el ejemplo;
que sepa alternar la contemplación y la acción;
que sepa conducir a los demás a la profundidad de la contemplación
mediante la predicación de la religión.

Que lance las redes en tu palabra
y no en la tiniebla del pecado y de la ignorancia
de tal forma que pueda capturar obras vivas;
que en las aguas de las tribulaciones
pueda llenar mis redes de la abundancia de tu presencia y de tus consuelos
de modo que el alma reviente de admiración y busque ayudar al prójimo,
especialmente a los más necesitados.

Que llene las naves de obediencia y de paciencia
y que por la humildad me prosterne ante las rodillas de Jesús
y que, una vez arribado de este mundo a la tierra de los vivientes,
pueda yo recibir los premios eternos. amén.

San Alberto Magno.Liturgia de las Horas. Propio O.P., pp. 1814-1815.

Para antes de enseñar,

escribir o predicar

Creador inefable,
que en los tesoros de tu sabiduría
has establecido tres jerarquías de ángeles,
y las has colocado sobre el cielo empíreo
con orden admirable
y has dispuesto admirablemente
todas las partes del universo.

Tú, pues, que eres considerado verdadera fuente de la luz,
y principio eminentísimo de la sabiduría,
dígnate infundir un rayo de tu claridad
en las tinieblas de mi inteligencia,
alejando de mí las dos clases de tinieblas
con las que he nacido:
la del pecado y la de la ignorancia.

Tú, que sueltas las lenguas de los niños,
prepara mi lengua
e infunde la gracia de tu bendición
en mis labios.

Concédeme la agudeza para entender,
la capacidad para asimilar,
el modo y la facilidad para aprender,
la sutileza para interpretar
y la gracia abundante para hablar.
Instruye el comienzo,
dirige el desarrollo,
completa la conclusión.

Tú, que eres verdadero Dios y verdadero hombre,
y que vives y reinas por los siglos de los siglos.


Santo Tomás de Aquino. Liturgia de las Horas. Propio O.P., pp. 1819-1820.

En la hora undécima

de la vida del Predicador

Señor Jesucristo, que me llamaste
a la primera hora de la mañana a tu viña,
pues me has conducido desde mi juventud
para trabajar en la religión
por el premio de la vida eterna;
cuando todo se haya consumado
y ya en el juicio final premies las acciones,
¿qué me darás a mí que estuve todo el día ocioso,
no ya en la plaza del mundo
sino en la misma viña de la religión?

Oh Señor, que no mides nuestras acciones
con el peso público sino con la balanza del santuario,
haz que al menos caiga en la cuenta
y me convierta en la hora undécima
y que no sea hallado envidioso
porque tú eres bueno. Amén.

San Alberto Magno. Liturgia de las Horas. Propio O.P., pp. 1815.


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